Al éxito siempre se llega desde abajo. Frase que va marcando el ritmo con los haceres de la Naturaleza. El árbol más grande, frondoso y fructífero, empezó pudriendo la semilla, de la que sobrevivieron los brotes frágiles y necesitados de cuidado. Para que la semilla germine hemos de haber preparado antes la tierra, haberla previsto de los nutrientes necesarios para que alcance la salud y pueda ser receptora y sostener la semilla. Símil que equivale a la preparación intelectual necesaria, el conocimiento que permita integrar todos los componentes, a fin de estructurar todos los elementos que nos lleven a realizar el propósito.
Al mencionar la palabra éxito no me limito al entendimiento que condicionadamente se traduce por holgura únicamente en el plano económico, inherente al plano material. El éxito se mide en el nivel de felicidad interior, en el nivel de la capacidad de compartir el conocimiento que se va adquiriendo.
¿Qué puede ocultar el éxito?
Sin duda el miedo oculta el éxito. Hay personalidades inhibidas, temerosas de integrar su brillo, no se atreven a mostrar sus frutos. Equivale al árbol que, habiéndose esforzado, habiendo sido fortalecido por el frio y el sol, el viento y las tormentas, habiendo nutrido su savia en el esfuerzo del trabajo de sus raíces, esconde su fruto.
El éxito también se oculta en la ignorancia. El nivel de ignorancia oculta el mal. Podemos entender que el mal se mide en los niveles de ignorancia. Mientras más conocemos más develamos, es decir mientras más conocimiento, menos mal. Mientras menos mal más nos aproximamos al apropósito que nos hemos planteado.
Cabe preguntarse: ¿de dónde se desprende el propósito, que lo crea, que lo llama?
El propósito se desprende desde el dictado del Alma. Desde la substancia inmaterial que nos da la forma en este universo espacio – temporal en donde nos movemos y en donde habitamos en la contextura física.
¿Qué lo crea? El propósito crea nuestra voluntad, de acuerdo al nivel en que se encuentre. No hay propósitos grandes o pequeños, ellos dependen de la voluntad que cada persona tenemos para crearlo, lo llama en nosotros el deseo de querer aportar al colectivo de la humanidad desde el punto en donde estamos habitando.
Nuestro propósito esta en relación con el sistema universal de la Creación, ya que cada uno de nosotros nos desprendimos de ella, nos pertenecemos a Ella por lo que es necesario conocer sus leyes, respetarlas y cumplirlas.
Aquí radica la solvencia del propósito. Todo invento, todo descubrimiento ha estado precedido por esta búsqueda en las sagradas fuentes de la Creación. El mundo no es un lugar limitado. No hay necesidad de competir. Cuando el propósito humano se alinea a la Fuente de la Creación, la creatividad surge e ilumina el pensamiento, la psiquis manifiesta la voluntad de logro en su potencialidad pura y lo pensado pasa a ser creado, cuando el beneficio es común y se logra salir del egoísmo que sumerge la mente y la voluntad en la mediocridad. Lo que es pensado puede ser creado, no hay necesidad de quitar nada a nadie, de plagiarlo o robarlo. Todo lo que es pensado puede ser creado cuando el pensamiento humano está alineado con el pensamiento de Dios, que impera en la fuerza de la Creación.
La semilla debe ser sembrada en nuestra propia tierra, en la realidad que queremos compartir con el cuerpo y la voluntad, con las tomas de conciencia que nos ayuden a poner nuestra tierra en barbecho, lista para el cultivo de cambio que nos permita elegir lo bueno en la dicotomía de lo malo, y lo mejor entre lo bueno. Así cumplimos el mandato que nos lleva a la construcción de nuestro mundo mejor en lo personal, y a la construcción del universo que habitamos.
©Ruth Cobo C.
Dra. En Psicología Clínica.
Maestría: Cábala y Psicología.
0995690052.