El trayecto del conocimiento, a la vida
¿Con frecuencia nos preguntamos quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué significo en este espacio – tiempo, a la vez que también soy ese espacio y soy ese tiempo? Soy fragmento de tierra y fragmento de agua, soy fragmento de tiempo, soy fragmento de espacio que anhela entender esta composición de la que estoy hecha.
Este fragmento que soy busca pertenencia, pero ¿pertenencia a qué, a quién?
Los filósofos del siglo XX explican que somos almas arrojadas al mundo. Andantes en el desierto de la vida sin rumbo, pues hemos perdido la brújula y olvidado el destino. La consulta psicológica se llena de personas que se sienten “abandonadas” en el mundo, abandonados de todos, nadie los comprende. Abandonadas de Dios, abandonadas de SI MISMO en un sin sentido, en soledad desesperada, en angustia crónica con un gran vacío interior.
Esta ausencia de pertenencia es la raíz de la adicción, de la depresión, de la violencia, en donde drogas farmacéuticas permitidas y drogas no licitas intentan dar sentido.
Pero la respuesta no obedece a formulaciones farmacéuticas ni de substancias estimulantes del sistema nervioso que inducen a separar la psiquis de la realidad y a fragmentar cada vez más a la persona, aun dentro de sí misma. Tampoco la respuesta está en la sola existencia material.
El fragmento (la personalidad) siente la sensación del sin sentido, del vacío.
¿Qué buscamos cuando algo dentro nuestro anhela encontrar paz?, porque, así como somos un fragmento de angustia, también somos un fragmento de paz.
La función hace al órgano, es decir la función hace al fragmento. Cuando el fragmento comprende para que existe, empieza a tomar el sentido de su existencia, y desde allí va a poder entender su pertenencia.
A más de ser un milagro la vida, hay que descubrir la función individual, así como la función del corazón es bombear sangre, detrás de esa función está el sentido, que es mantener la vida del cuerpo al que pertenece.
¿Que nos hace falta, para superar el abismo que encontramos dentro?
Somos seres finitos, con pertenencia Infinita.
“Lo finito se une al infinito al salir de sí mismo”. Por eso es que cuando se descubre el para que vivimos, sabremos el cómo afrontar la vida. Todos tenemos algo que dar, Hemos venido a dar, venimos a la existencia dotados de conocimiento que va en búsqueda del camino de la vida, por eso sentimos la necesidad de verter lo que está dentro, ese vaciarnos, para volver a ser llenos, trae sentido de existencia. Al dar, recibimos, porque para seguir dando necesariamente seguimos recibiendo. Este dar y recibir es en escala ascendente. Es importante mirar la espiral evolutiva, avizorar el camino que andamos en la vida. El dar implica alegría, la alegría nos trae el regocijo de la pertenencia a la función, nos trae el sentido de para que estamos y para que hemos venido. Hemos venido a dar, la mejor versión que somos.
Cuando el adolescente o el adulto, perdido en sus vacíos, entienda para que existe, cual es la función de su existencia, cual es el perfume que aroma el jardín, será la raíz para alejarse de las dependencias, que nublan y ocupan el lugar de sentido de su vida.
Somos un fragmento de luz, luz que tiene una función específica. Encontrar esa función genera salud y felicidad porque se cumple con el propósito del Infinito, del cual somos fragmento. El deseo de ser llenos de Infinito es el que nos permite ser felices.
©Ruth Cobo Caicedo.
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Psicología & Psicoterapia
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