El arte de salpicar

Cada año, el día 5 del mes de Av, o mes de Leo, se celebra que en el día de la muerte (Hilulá) de un gran Tzadik «Justo» toda la Luz alcanzada por su alma durante su vida es liberada, por lo cual el día de su muerte es de alegría y cada año regresa su alma a compartir sus dones y virtudes cultivadas.

Este año 2022 acontece desde la noche del 1 de Agosto y durante todo el día 2 de hasta poco antes de la puesta del sol. En la Hilulá del gran cabalista Isaac Luria se conmemora el día de Iluminación del Ari HaKadosh (que significa el León Santo). Su trascendente trabajo dio vida a lo que se conoce hoy como la Cábala Luriánica; el Ari transformó completamente la manera de enseñar Cábala; es, a partir de él, que se enseña cómo se hace hoy en día.

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Lo que vamos a analizar en este artículo es como la impronta que puede dejar una persona llega mucho más allá de lo que hizo ésta durante su vida. En el caso del Ari, que enseñó durante su corta vida en Egipto y sirvió de influencia a aquellos discípulos y estudiantes que le seguían, trascendió hasta nuestros días. Y eso que no escribió ni un sólo texto; sus enseñanzas llegan hasta nosotros gracias a uno de sus más aplicados alumnos Moshé Jaim Vital. 

El poder de manifestar esas energías y conocimientos que han trascendido hasta nuestros días y tanta influencia han tenido, sirve para entender la importancia de lo que hemos denominado el arte de salpicar.

Durante la vida de cada uno de estos sabios, se dedican a transmitir la luz que les llega a ellos, se convierten en fuente de conocimiento y transmisión. La forma en que ellos viven su vida también supone una gran influencia para los que van a ser sus seguidores. Llegados aquí, cabe destacar una pequeña clasificación de tipos de personas en función de la capacidad de recibir y transmitir información o energía. Así, a modo de resumen señalaríamos cuatro tipos de personas:

(1) Vasija: que son aquellos que reciben y guardan, no devuelven nada.

(2) Tubería: dan lo que reciben, tal cual, según llega sale.

(3) Embudo (de estos hay pocos): reciben mucho, canalizan y van dando en función del que lo va a recibir. Estos son los maestros.

(4) Las fuentes (los grandes maestros): Estos son los que han sentado las bases (Buda, Cristo, El Profeta).

Pues bien, en la vida, salvando las distancias, como sucede con estos grandes personajes de la humanidad, pasa algo parecido. El ser humano va dejando una impronta, un sello, una serie de salpicaduras que van llegando a los demás. En este sentido, cada cosa que hacemos, queda marcada en algún lugar sin que nosotros tengamos porque tener conciencia de ello; sin embargo, es muy probable que cosas que hayamos hecho, dicho, o incluso nuestras actitudes, hayan generado un mensaje que a futuros aprovecharán otras personas.

Para ilustrar con un ejemplo: a cualquier persona le resultaría imposible acordarse de todo aquello que le enseñaron sus progenitores, sin embargo, sí hay mucho de lo que le enseñaron (verbalmente o no) que permanece ya para siempre dentro de la personalidad del individuo. 

Es por ello que tomemos conciencia de la importancia que tienen nuestros actos, pensamientos y obras. No sólo para nosotros si no para todos aquellos en los que influimos y/o podemos interferir algún tipo de influencia. Será importante que no dejemos de lado nuestro crecimiento personal, intelectual y espiritual; que nos esforcemos en ser la mejor versión de nosotros mismos ya que esas salpicaduras de energía que vamos a dejar, no tenemos consciencia de dónde y a quién podrán llegar a futuros.